jueves, 22 de enero de 2009

Metales de la oxidación

"Pero sí, quiero establecer que para mí lo importante en poesía no es lado puramente estético, sino la poesía como creación del mito, y de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando muchas veces lo cotidiano"

(Jorge Teillier)

Pienso que la escritura de Verónica Jiménez en su libro Palabras hexagonales trabaja con este mundo llamdo de lo cotidiano. El espacio y el tiempo se van armando en la medida que la voz del hablante prepara un acercamiento hacia un mundo desde lo interior, su filosofía. La moral de la materia con que trabaja tiene que ver acaso con una mirada que constata el hecho del errar en la realidad.

Esa factura de lo cotidiano que persiste al paso inmediato del tiempo.

Para qué tanta luz
para qué si el cuerpo no cabe en el cuerpo
y en el desborde trabajan tempranamente
los metales de la oxidación.

La carne establece sus propias rutas para el extravío:
intentamos entrar en otro cuerpo
pero no cabemos en una misma mano
y no cabemos exactamente en un mismo pie.

Hacia el cuerpo retornamos y tropezamos.
El exceso rompe las alas de la desnudez

Tiempo y espacio significa el lugar que permite apreciar la imagen de un mundo en contradicción. Es tener conciencia de la inutilidad de ciertas cosas. Marcar el lugar de la decepción. Que el libro progrese hacia un último apartado, centrándose en la historia de una caleta perdida en el sur de Chile. Que los personajes en cuestión sean pescadores y sus familias. Es el esfuerzo por plantear una escritura a partir de una representación de estados de ánimo, sensaciones: un mundo. Reparar en las manos de los trabajadores, en sus dichos, en sus formas.

La naturaleza es algo que se reitera en la escritura de Verónica jiménez, el bosque, el mar. El mar y sus engañosas manchas de aceite. Las olas y su remanso en aquellas arenas gruesas. Ese tenor es el que permanece como fondo, sobre ese lugar se esparce la escritura.

Llore en la quinta de manzanos que queda junto al cementerio. Unas gallinas salvajes picoteaban mis zapatos y mis pantalones. Las ahuyenté con frutos pasmados y con ramas. En el horizonte, la cruz de la iglesia ofrecía instantáneas con fondo de cielo crepuescular. Tomé fotografías. Recorté el paisaje. Envidié a los pescadores que fumaban y tomaban vino junto a los botes en construcción. Soñé por un momento que mi destino era este mar, que los hombres de la bahía eran mis amigos, que mi rostro extranjero brillaba como un pez, entre las redes que tejían sus conversaciones.

Que el libro progrese a una especie de exilio temático (la caleta, el sur) puede significar cierta rebelión escritural. ¿Una estrategia? Un retirarse a otro espacio y tiempo para, desde allí, reconstruir cierta comprensión de las cosas. Hablo que temáticamente es esta una poesía que viene desde la constatación de cierto fracaso existencial de la sociedad. Del mundo.
  • (Marcelo Montecinos, "Metales de la oxidación", La Calabaza del Diablo, número 22, febrero de 2003, p. 13)

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